Año: 2008, Número:7-8 
Comunicación
 

TRADUCCIÓN Y COMUNICACIÓN INTERCULTURAL: CLAUSURA, APERTURA E INTERDISCIPLINARIEDAD

Ovidi Carbonell i Cortés


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La portada de la introducción a la gramática funcional de MAK Halliday muestra, en su edición de Edward Arnold de 1985, una curiosa figura escultural en la que tres puntas convergen en un único punto. La escultura es de Henry Moore, y resulta muy apropiada como símbolo de uno de los postulados principales de Halliday: la interrelación entre tres dimensiones complementarias que constituyen la base del acto comunicativo: la dimensión cognitiva (ideacional), la dimensión social (interpersonal) y la dimensión textual. Si en la escultura los espacios quedan sugeridos por las formas apuntadas, en la teoría las dimensiones se entretejen de tal manera que pueden considerarse tres caras de un mismo fenómeno.

La escultura de Moore nos sugiere otra idea propia del fenómeno comunicativo abordado desde fuera: la idea de clausura, el carácter autocontenido del lenguaje y por ende de la comunicación, del significado, de la traducción. En la escultura vemos una forma que apunta hacia un cerramiento, una forma circular, cerrada. La idea que se tiene del lenguaje es la de un sistema contenido, de fronteras definibles, de rasgos perfectibles. El hablante nativo goza de un determinado grado de confianza en el uso que realiza de su sistema, y en cualquier caso ahí está la norma —la Gramática, el Diccionario— para confirmarle o corregir cualquier desviación. La norma es un ejercicio de clausura. Pero la norma puede ser, por la misma razón, un síntoma de una situación de apertura que desde alguna perspectiva resulta anómala. Podríamos apuntar que la abundancia de normas revela una situación de inestabilidad. A pesar de la vacilación ortográfica, la lengua catalana no necesitaba de gramáticas ni de diccionarios en su siglo de oro cuatrocentista, pero necesitó del Diccionari ortogràfic de Pompeu Fabra para inaugurar su andadura como lengua «moderna» y «de cultura». La lengua inglesa no dispone de Real Academia alguna —aunque la labor de fijación, en una lengua tan fraseológica como ésa, está en manos de la industria de la enseñanza del inglés como lengua extranjera y sus instituciones. En cambio, en las tierras valencianas, posiblemente con la mayor concentración de academias normativas del planeta, el hablante de valenciano-catalán dispone hasta de cinco instituciones normativas diferentes, cada una de ellas con su particular interpretación del modelo de lengua, en algún caso francamente divergente1. Puede entenderse esto como síntoma de una inestabilidad que es producto del contacto entre diversos sistemas —la variante valenciana está hasta cierto punto hibridada con el castellano, con el antiguo aragonés, y hasta con el antiguo árabe andalusí, ahora extinto—, pero no debiéramos dejarnos engañar por la ilusión del espacio híbrido o periférico, que presupone la existencia de otros espacios no tan híbridos o no tan periféricos; identificables, en suma, con la centralidad del poder y su homogeneidad (su clausura). Lo que quiero decir, volviendo al círculo casi cerrado de Moore, es que los sistemas se construyen a partir de ilusiones de integridad: la lengua normativa, el normal, la lengua pura, la lengua original. Pero también la sociedad perfecta, la nación delimitada, el orden previsible, la narrativa uniforme y coherente de la historia. El círculo de Moore es un vacío, en definitiva, conformado por límites artificiales dinámicos. En todo sistema que tiene que ver con el sentido, ya se trate del lenguaje, o los sistemas de creencias, los estereotipos, las orientaciones culturales, nos vemos sujetos a la misma atracción por el ideal de contenimiento perfecto; las utopías —lingüísticas y epistemológicas— de un espacio de significación controlado.

Antes de los años sesenta del siglo pasado, el objeto de estudio de la lingüística era el Sistema, la Gramática en su sentido estricto. El de la antropología cultural era la Cultura como especimen peculiar e irrepetible. El de la historia era el conocimiento exacto de la sucesión de acontecimientos culturales. Podría afirmarse que en buena medida el objeto de estas disciplinas, como de otras muchas en el terreno de las Humanidades, era un objeto utópico. La traducción, que cabalga entre todas estas y otras disciplinas, también dispone de su propia utopía, que no es otra que el ideal de la mímesis: la reproducción exacta, perfecta, de un original, siendo censurable y evitable toda desviación del mismo.

No es casual que el desarrollo de los estudios de traducción coincida con una revolución que ha puesto en tela de juicio los objetos utópicos del conocimiento humano. A partir del último tercio del siglo XX, todas las disciplinas que se ocupan del conocimiento han visto tambalearse sus principios, que podríamos llamar de coherencia totalizadora. Desde Wittgenstein, Foucault y Derrida, la filosofía ha relativizado los principios hermenéuticos del sentido. Con Hayden White o Josep Fontana, la historiografía ha descubierto la construcción artificial de la realidad en la narrativa histórica. Con James Clifford y Talal Asad, la antropología cultural ha descubierto también la significación del etnógrafo como narrador y su posición de poder. En definitiva, si hay una línea común que caracteriza el relativismo de todas las disciplinas culturales, y que constituye en la práctica un nuevo paradigma, es el enfoque en la construcción de la realidad que tiene lugar a través del lenguaje.

No es tampoco ajeno a este cambio de paradigma el desarrollo de disciplinas aplicadas como son la Semiótica, la Comunicación Intercultural —en proceso de establecimiento como área de conocimiento—, la Traducción e Interpretación, o la propia Lingüística Aplicada. Lo que caracteriza estas ciencias o disciplinas, cuyo fundamento es el lenguaje, es que han alejado el objeto del Sistema para concentrarse en el uso del mismo. El enfoque en el uso del lenguaje como variación ha llevado al desarrollo de la Socio-lingüística, bien distinta de la antigua Dialectología; el enfoque en su adecuación e intencionalidad ha sido la mayor preocupación de la Pragmática. Por su parte, abordar el lenguaje como acción social ha llevado al desarrollo de las teorías de análisis del discurso (Fowler, Fairclough, Coulthard, van Dijk, Wodak, etc.), que se sirven tanto de enfoques sociolingüísticos y pragmáticos (cuestiones de tenor, cortesía, modalidad, actos de habla, relevancia, punto de vista, etc.), como de las teorías de la argumentación (Anscombre y Ducrot 1983, Maingueneau 1997) y la teoría funcionalista de la lingüística hallidayana, que tiene muy en cuenta el discurso como representación. Entre las dimensiones que se enmarcan en este enfoque, podemos mencionar la transitividad (transitivity), llamada en muchos análisis actuación o agencia (agency), en la que se narran hechos (procesos) en los que toman parte diversos participantes (actores, etc.) en determinadas circunstancias. Otro aspecto crucial es el de la predicación, o etiquetado de los actores sociales de forma más o menos positiva o negativa, más o menos apreciativa o desaprobadora (Wodak en Wodak & Meyer [2001] 2003:101-142), y la categorización de la pertenencia o no pertenencia a grupos sociales, ideologías, y el posicionamiento o ubicación del punto de vista del autor, autores, mediadores o traductores. Todas estas estrategias buscan conseguir objetivos de relevancia social por medio de instrumentos discursivos, y pueden encontrarse no sólo en textos especialmente «sensibles» por su temática ideológica, sino en todo texto, ya se trate de un texto periodístico, histórico o etnográfico, de un folleto turístico, de un prospecto médico o de una resolución de las Naciones Unidas.

En suma, de lo que se trata es del reconocimiento de que el sistema lingüístico no es un mero código aséptico, sino un instrumento esencial para construir la realidad que se presenta a través del lenguaje, y que sirve para convencer, justificar, realzar, minimizar, censurar, legitimar o des-legitimar, etc. etc.; es decir, para contribuir a darle forma a unas modalidades de poder. Dentro de este paradigma, la investigación cognitiva tiene una importancia tan crucial como la social o la textual (de nuevo las tres dimensiones de Halliday). En los últimos años han proliferado los estudios sobre la categorización (Taylor 2003), sobre prototipos (Givón 2005), marcos, guiones y otros modelos de representación, entre los que están también los modelos de percepción (espacial, temporal, etc.) que pueden presentar variación cultural (Katan 1999, Pecher y Zwaan 2005). Algunos autores como Fairclough y van Dijk subrayan la importancia de calibrar el uso ideológico del «sentido común» (common sense), que es la vía fundamental de reproducción de planteamientos ideológicos.

Poco a poco se ha ido conformando un terreno común cuyo objeto de estudio es la representación social, su creación por medio del lenguaje, y su transmisión a través de unas y otras culturas. Este terreno interlingüístico e intercultural es el de las disciplinas emergentes de la comunicación intercultural, la traducción e interpretación y la mediación social. Han de ser aquí de gran relevancia, obviamente, los avances en la psicología social (Morales et al. 2007), por lo que respecta a la conjunción de los modelos mentales con la representación social que dan pie a procesos de identificación e identidad, empatía cultural, exotismo, alterización, apropiación o adaptación cultural. Son especialmente importantes, también, los estudios de psicología de la aculturación y los procesos de choque, ajuste, adaptación y transformación intercultural (Sam y Berry 2006). En la medida en que tales procesos se actualizan en los textos, una formación de traductores e interprétes orientada a la mediación intercultural debería incluir, por un lado, un conocimiento de las disciplinas arriba mencionadas (los aspectos ideacional e interpersonal de la comunicación interlingüística e intercultural) que pueda asegurar lo que se ha venido en llamar competencia intercultural. Por otro lado, también debe incluir mecanismos de reflexión y análisis sobre el establecimiento de todos estos fenómenos —incluido el mismo significado— en los textos. A este respecto, importantes han sido también los estudios sobre la negociación del significado en la conversación, así como de la que podríamos llamar dimensión pragmalingüística de la interacción verbal o escrita.

Esta perspectiva está muy desarrollada en los estudios de mediación lingüística en diversos entornos profesionales desde hace al menos dos décadas (Merrill Valdés 1986, Clyne 1994, Firth 1995, Buttjes y Byram 1990, etc.).

En definitiva, de lo que se trata es de un terreno que bien podría adoptar el nombre genérico de Comunicación Intercultural, si bien en él convergen aplicaciones de muy diversas disciplinas, en especial de una teoría holística del uso del lenguaje (De Beaugrande 1997, Hyde 2003), de una sociología orientada a la comunicación, y de una teoría psicológica del lenguaje y la representación del conocimiento. En la actualidad no disponemos apenas de titulaciones ni de obras fundacionales que representen una perspectiva verdaderamente integradora2. Algunas de las obras que se presentan bajo el título de comunicación intercultural, varias de ellas magníficas, tienen una orientación puramente sociológica ( Jandt 2001, Rodrigo Alsina 1999, 2001), pero otras presentan una perspectiva más integradora, en la línea de los estudios culturales o semiótica social (Holliday et al. 2004; O’Sullivan et al. 1994), o bien en la mediación en entornos profesionales (Landis et al. 2004).

En suma, todos estos estudios, cuyo objeto común podría definirse como la transmisión coherente del sentido entre individuos, colectividades y códigos, profundizan en aspectos sociológicos que en buena parte tienen al lenguaje como protagonista. No obstante, por lo que respecta a una formación lingüística que integre aspectos sociológicos de manera que pueda conseguirse, al lado de una competencia interlingüística, una verdadera competencia intercultural, todavía se necesita recorrer un buen trecho, aunque en España, por ejemplo, existan grupos de investigación y titulaciones universitarias que avanzan en esta dirección (Universidades Jaume I de Castellón, Universidad de Granada, Universidad de Alcalá y Universidad de Salamanca).

A falta de un área integradora que podría llamarse perfectamente Comunicación Intercultural, en la actualidad las subáreas de conocimiento que podrían presentar esa perspectiva integradora son la Lingüística Aplicada (englobada en la Lingüística General en España, pero no en otros países), la Teoría de la Comunicación (englobada en la Teoría de la Señal y Comunicaciones y en la Comunicación Audiovisual y Publicidad) y la Traducción e Interpretación (TI). Por lo que respecta a esta última, una década y media más tarde del establecimiento del área de conocimiento correspondiente en España3 y de la consolidación de la TI en la comunidad científica internacional, lo que observamos a primera vista es que se ha generado un volumen inmenso de estudios que tienen por objeto la traducción (o, en menor medida, la interpretación). No es posible ya leer todo lo que se escribe sobre la traducción (mucho menos estudiarlo), cosa que sí podría haber sido posible diez años atrás. De todo lo que se escribe sobre la TI, gran parte ha buscado aplicación en campos muy diversos: el interés de la filosofía de Derrida, Lévinas, Blanchot o Bhabha por fenómenos de traducción —y no tanto por la traducción como actividad concreta— ha inspirado muchísimos estudios que, no obstante, suelen quedar en un plano teórico y abstracto de difícil aplicación en textos reales. Otros estudios fundamentales se interesan por la situación que influye en la producción textual en TI, llevando a cabo una integración de análisis social más análisis discursivo (todas las obras de Michael Cronin o Maria Tymoczko, Munday 2007), o hasta cognitivo (Katan 1999 o Baker 2006). Algunos han partido de estudios más puramente literarios hasta un análisis más global e inter-disciplinar (Dingwaney y Maier 1995, Venuti 1998), y definitivamente algunos últimos ensayos colectivos construyen un terreno de análisis epistemológico común que aplica una verdadera crítica cognitiva, social y textual, a entornos definidos de (re)producción textual como la traducción periodística, la interpretación jurídica, o la traducción historiográfica y literaria con perspectivas ideológicas y hasta geopolíticas (Tymoczko 2007, Salama-Carr 2007a y 2007b, Munday 2007, o todo el rango de publicaciones de la editorial británica St Jerome, entre otros). En este sentido, estos últimos ensayos, que se centran en la traducción como medio activo de intervención y construcción de realidades sociales, como pragmática intercultural, van ampliando el horizonte de la TIy constituyendo en ella un verdadero espacio de convergencia interdisciplinar. Pero estos estudios, a pesar de su importancia para la perspectiva que propongo, son todavía aislados, acaso marginales, dentro de la política y práctica académica de la enseñanza universitaria española en el terreno de la traducción.

En realidad, buena parte de la producción traductológica contemporánea (incluida tanto la traducción como la interpretación) adolece todavía del lastre histórico de las disciplinas de donde surgieron, en los años ochenta, los primeros estudios de traducción. Un porcentaje muy alto procede de la lingüística estructuralista y generativista, especialmente en su vertiente comparada con ingredientes de estilística, que fueron fundamentales a la hora de definir la traducción como objeto (Vinay y Darbelnet 1958, Vázquez-Ayora 1977, García Yebra 1982), pero que, al estar vinculadas a cada lengua como sistema cerrado, tienden a una fuerte compartimentalización por idiomas o pares de lenguas y a priorizar posturas normativas o prescriptivas, perdiendo la perspectiva relativa del discurso en su totalidad. Estas aproximaciones suelen abordar la traducción como ejercicio de mímesis —cuyo opuesto es la desviación o el error, siempre evitables—, sin profundizar en la transformación de sentido que es intrínseca a toda transmisión de comunicación.

Ovidi Carbonell i Cortés

No creo que sea difícil comprobar que estas perspectivas constituyen, aún hoy, el armazón de la enseñanza de la traducción en las universidades españolas. Otro porcentaje procede de la crítica literaria, especialmente de la rama anglosajona y francesa de tendencia social, pero no de la crítica lingüística de Fowler, van Dijk, Maingueneau y otros (que está en el origen del análisis del discurso), sino de una crítica sociológica muy tendente a ignorar fenómenos propiamente textuales, y a abordar el «discurso» desde un punto de vista macrológico. En resumen, a pesar del increíble desarrollo de los estudios de traducción en España, mi sospecha es que la investigación de base está todavía centrada en perspectivas poco integradoras. Por otra parte, dado que ha sido una necesidad epistemológica el «delimitar el terreno» dentro de una nueva área como lo es la TI —e «independizarse» de las áreas de las que procede—, puede observarse también una cierta tendencia a invocar ciertos autores y obras y establecerlos como autoridades, sin profundizar en los avances en las disciplinas teóricas de donde éstos han bebido para aplicar su punto de vista a la traducción. En mi opinión, esta tendencia sacraliza autores y obras en un intento de convertir la TI en una disciplina teórica en lugar de aplicada. Pero este es un ejercicio peligroso. Pareciera que las disciplinas llamadas aplicadas tienen un rango menor que el de las llamadas teóricas —como si hubiera una distinción clara entre teoría y aplicación, entre sistema abstracto y uso concreto— y fuera necesario buscar un terreno sólido, cerrado, legitimado y autocontenido, en el que la TI ya no necesitara, o necesitara menos, recurrir a los estudios fundamentales en las ciencias cognitivas, sociales o lingüísticas para poder formar a traductores e intérpretes e investigar los fenómenos que les son propios. Desde el punto de vista crítico que estoy reivindicando en este artículo, puede observarse que esta tendencia es, también, ideológica. Una ideología de clausura que per-mea ciertamente muchas de las disciplinas universitarias dentro y fuera de España, y que establece relaciones de pertenencia y de no pertenencia al, digámoslo así, «gremio». Pero si la teoría holística del lenguaje nos ha enseñado algo, es precisamente la ilusión de la clausura, el relativismo intrínseco a todo acto comunicativo y, por extensión, a toda expresión e interpretación del conocimiento humano, incluidas las ciencias y las letras.

Urge, por lo tanto, revisar la naturaleza de la TI, como de la Comunicación Intercultural o la Lingüística Aplicada, y llevar a cabo una verdadera tarea de integración. Esa integración debe ser forzosamente distinta al listado heterogéneo de perspectivas dispares que encontramos muy a menudo en el menú de contribuciones a macrocongresos «generalistas» sobre la traducción, la lingüística aplicada o la teoría de la comunicación. Heterogeneidad que también se da en el diseño de planes de estudio o en la bibliografía de muchos ensayos de investigación, la cual, si responde a una coherencia e integración en una perspectiva holística, es bienvenida e imprescindible, pero todo lo contrario si responde a un mero agregado erudito. Tan negativa como la reducción a un puñado de Teóricos o Teorías de la TI con mayúsculas, es la acumulación de perspectivas dispares que adolecen de integración y suelen quedar en la mera superficie, en la adaptación feliz de conceptos o términos atractivos de procedencia heterogénea y que, precisamente porque se toman de marcos teóricos alejados, pueden llevar a la simplificación excesiva, cuando no al equívoco o una inflación conceptual.

Como modesta contribución a paliar esta situación, uno de los proyectos que nos hemos propuesto desde la Universidad de Salamanca es comenzar a sistematizar los conceptos y términos usados tanto en TI, como en el vasto terreno interdisciplinar cuyo objeto es la representación social por medio del lenguaje. En nuestro proyecto TRADOTROS (www.usal.es/tradotros), que consta ya de una base de datos de unos 4.000 conceptos, tratamos de poner cierto orden en la enorme vorágine de conceptos y términos dispares que se usan en la comunicación intercultural, la traducción e interpretación y la mediación social. Nuestra base es multilingüe, porque uno de nuestros objetivos es el de determinar hasta qué punto la compartimentalización a la que aludíamos está estableciendo espacios teóricos exclusivos según la lengua o procedencia de sus autores. Está basada en un corpus teórico de unos 15 millones de palabras en cada lengua (inglés, español, catalán, alemán, francés y árabe), sobre el que se comprueba y define el uso de los distintos términos y conceptos. Así podemos calibrar, por ejemplo, los usos de conceptos como intervención, adaptación, manipulación, distorsión, desviación, descodificación aberrante, su distinción y sus límites. O la distinción entre cross-cultural adjustment, cultural transposition, recontextualization, displacement, dissemination, transculturation, enculturation, re-acculturation, re-integration, resettlement, relocation, naturalization, reattribution, muchas veces confundidos y con claras áreas de solapamiento.

Pero esta empresa, que pretende ser abierta y rehúye la clausura tanto en la elección de fuentes como en la definición de los conceptos, no es más que un tímido paso entre muchos más en el proceso de ordenación de las disciplinas de la comunicación entre culturas y su objeto de estudio. Nuestro propio proyecto constata la doble tendencia, al menos en la investigación de base —y que esperamos que no tardará en alcanzar la docencia— de unir enfoques diversos con un rigor cada vez mayor, cada vez más empírico y menos especulativo, cada vez más aplicado a tipologías de casos concretos y menos a un sospechoso universalismo, situando la práctica de la traducción tanto con relación a las redes globales de transmisión de ideas, como con la dimensión micrológica del significado en el texto y el vértigo de su constante adaptación. La traducción, en el centro del vasto terreno de la interpretación del significado y su transformación, es un laberinto de proporciones inmensas. En lugar de circunscribirnos a nuestro cómodo rincón, nuestra tarea como investigadores y docentes es contribuir con pequeñas hebras al hilo de Ariadna global que permita al menos ensayar el mapa de nuestro objeto.

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NOTAS

1 Se trata de las normativas propuestas por el Institut d’Estudis Catalans (norma global reacia a adoptar localismos), el Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana (norma universitaria adaptada a la variante local), la Académia Valenciana de la Llengua (norma local tendente a la convergencia con la norma global) y, finalmente, las propuestas secesionistas, las Normas del Puig de Lo Rat Penat, y el modelo de la Real Académia de Cultura Valenciana, puramente locales y obsesionadas con la exclusión de cualquier rasgo «catalán».

2 Excepciones en España serán el máster oficial ofrecido por la Universidad de Alcalá en Comunicación Intercultural, Interpretacin y Traducción (www.uah.es), o el máster oficial ofrecido por las Universidades de Salamanca y Valladolid en traducción y mediación intercultural en entornos profesionales (www.usal.es/ mastertraduccion).

3 Recordemos que en 1996 se cambi su denominacin de «Lingstica aplicada a la Traducción e Interpretación», a simplemente «Traducción e Interpretación». Este cambio es reflejo de una perspectiva más amplia, pero también síntoma de una búsqueda de un terreno independiente.