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Año:
2008, Número:7-8 Comunicación PETER LINEHAN ON HISTORY AND EUROPE, UNA ENTREVISTA Juan Miguel Valero Ver pdf |
En vísperas de revisar el texto de
esta entrevista leo, impresionado, que se
acaba de parir un aborto. La divertida y
mordaz periodista Carmen Rigalt escribe en
El Mundo que «la entrevista es un
género muerto, sobre todo la entrevista
escrita, cuyo trabajo de purga y
reconstrucción […] convierte la entrevista
en un producto bastante manipulado.
Técnicamente, en la entrevista escrita hay
manipulación, incluso para bien». Quisiera
suponer que Carmen Rigalt se refiere con su
parabien a procesos como el de la
pasteurización de la leche, más que a la
manipulación de las ideas o de la sintaxis
que, en ocasiones, es lo mismo.
Esta entrevista es una entrevista
escrita, no porque no pudiera ser trasunto
de otra oral y quién sabe si más
desenfadada. No por eso, sino por evitar en
lo posible algo que Umberto Eco reconoce en
sus charlas con periodistas, luego
publicadas, la banalización: «Está llenando
páginas de su periódico con una charla del
todo irrelevante conmigo». Frases como ésta
no siempre hay por qué atribuirlas a una
falsa modestia y sí a determinadas presiones
editoriales, por ejemplo.
Esta entrevista no se ha pactado ni
manipulado. No ha habido acuerdo previo
sobre el contenido de las preguntas ni el
alcance de las respuestas. Algunas de ellas,
en particular las referentes a Europa, han
sido contestadas por Peter Linehan en una
sola y amplia respuesta. En este caso he
eliminado y sustituido las preguntas
originales por otras más lacónicas que
pespuntean la rica reflexión de Linehan.
Alguna otra, referente a la institución
monárquica en España y Reino Unido, ha sido
soslayada, y nada hay que decir sobre el
ejercicio de la libertad de expresión y
omisión.
La ocasión de esta entrevista surgió
hace más de un año, propiciada por la
Redacción de Pliegos de Yuste, en una
visita científica de Peter Linehan a
Salamanca. El texto de
las preguntas fue escrito y enviado a
Cambridge, y contestado al cabo de unas
semanas, período tras el cual, en tiempos de
ajetreo, ha descansado en el limbo de las
ideas.
Aparece ahora con motivo de la
esperada publicación de la traducción
española de History and the Historians of
Medieval Spain, cuidada versión a cargo
de Ana Sáez Hidalgo, para la que Ediciones
Universidad de Salamanca ha hecho un
importante esfuerzo editorial que se
justifica por la difusión necesaria en
España de una obra imprescindible para la
comprensión de un período crucial de la
historia europea.
Habría disfrutado con la disposición
de una semblanza, quizás un aguafuerte, de
Peter Linehan. Probablemente el propio
Linehan lo habría considerado impúdico en
alguno de los sentidos de extensión de la
palabra, así que he amordazado la
posibilidad de cualquier indiscreción,
complicidad o impertinencia. El lector podrá
disfrutar de la persona sin mayores
preámbulos que el paladeo de sus ideas y el
delicioso banquete que supone su diálogo, ya
no con este convidado de piedra, sino con
aquellos nombres convocados con los que se
establece un intenso, elegante y muy
expresivo debate.
[Peter Linehan, nacido en 1943, es
miembro y decano de St. John’s College,
Cambridge, miembro de la British Academy y
miembro correspondiente de la Real Academia
de la Historia. Es autor o editor de una
docena de libros, entre los más recientes,
The Mozarabic Cardinal: the Life and
Times of Gonzalo Pérez Gudiel (2004),
junto a F. J. Hernández; Cross,
Crescent and Conversion: Studies in Memory
of Richard Fletcher (2007), que editó
con Simon Barton, o Spain 1157-1300: a
Partible Inheritance (Blackwell History
of Spain, 2008), así como de un centenar de
artículos especializados].
La historia y el oficio de historiador
— Supongo que es preciso comenzar por
intentar contestar a aquella pregunta
insidiosa del niño de Marc Bloch: ¿para qué
sirve la historia? Y, también, ¿cómo llega
usted a la historia, por qué consagrarle una
vida (aparte del evidente placer que usted
obtiene de su estudio)?
PL:
¿Que cuál fue la respuesta de Bloch?
«¿Para qué sirves tú, pequeño?».
¿Para qué sirve un recién nacido? «Todo
hombre, por naturaleza, desea saber» como
bien dijo alguien una vez. Pongamos como
ejemplo el de la historia familiar, que en
el Reino Unido se ha convertido en un asunto
tremendamente popular (y tremendamente
rentable), ahora que los registros públicos
se encuentran en internet. En cualquier
caso, olvidar no es una opción.
Pregúntele si no a cualquier elefante.
No recuerdo ninguna época en la que
no se quisiera saber. El deseo de conocer
produce un cosquilleo maravilloso. Con todo,
las ganas de poner mis pensamientos en orden
escribiéndolos aparecieron más tarde.
No voy a perder el tiempo
respondiendo a preguntas acerca de la
Filosofía de la Historia, no sólo porque
usted no me ha formulado ninguna, sino
también porque ese tipo de cuestiones me
parecen tan irrelevantes como la «Filosofía
de la Respiración» o la «Filosofía de
Caminar». Sin embargo, estoy de acuerdo con
la observación de mi colega Michael Clanchy,
según la cual «los historiadores recurren a
la generalización y a la historiografía
cuando sus investigaciones dejan de ser
originales»1.
O incluso antes de haberlas
comenzado, me atrevería a añadir. ¿Se da
cuenta de la cantidad de consejos que da la
gente acerca de cómo se debería escribir la
Historia y resulta que ellos mismos han
estado tan ocupados aconsejando a los demás
que no tienen tiempo de escribir sus propios
libros?
— Todos sus lectores, y los que lo
son son asiduos, saben que a usted no se le
puede encasillar en ninguna escuela, aunque
puedan reconocerse en sus libros la
atracción por ciertos autores y tradiciones
historiográficas. ¿Cuáles, a modo de
arqueología mental y de antología,
reconocería entre sus influencias o, por
mejor decir, afinidades?
PL:
Justo enfrente de la oficina en que
trabajo se encuentra la antigua Facultad de
Teología de la Universidad de Cambridge,
donde Lord Acton impartió su lección
inaugural como catedrático de Historia
Moderna en 1895. Posiblemente, ésta fue la
lección inaugural más influyente en la
historia de la Historia, y, con certeza, la
más fútil, puesto que Acton, al que se tiene
por el hombre más erudito de la Europa de su
tiempo, nunca fue capaz de preparar nada que
fuera a publicarse si no había leído hasta
la última palabra relacionada con el tema —y
su proyecto más importante fue La
Historia de la libertad—. Menciono a
Acton porque el final de su trayectoria fue
tan estéril que ilustra la necesidad de los
historiadores de simplificar, arriesgar,
atreverse a cometer errores: Historia
longa, vita brevis. La
alternativa es la «Actonitis», un doloroso
lamento, uno verdaderamente doloroso. Como
la poesía o el estreñimiento, la historia
debe salir del sistema del historiador.
En cuanto a mis influencias, sin duda
alguna debo mucho a mis profesores de
Cambridge, entre los que se encuentran los
medievalistas Walter Ullmann, Christopher
Cheney, Geoffrey Barraclough y Raymond Carr
(éste, en Oxford), y a mi tutor Ronald
Robinson, historiador de África. De ellos
(de unos más que de otros) heredé una
actitud escéptica hacia las instituciones y
las denominadas escuelas. Más adelante tuvo
una gran importancia para mí Stephan Kuttner,
historiador de derecho canónico y refugiado
de la Alemania de Hitler y la Italia de
Mussolini. Sin embargo, probablemente han
influido en mí Charles Dickens y Thomas
Hardy más que cualquier historiador con
carné (ninguno de ellos Hispanista, téngalo
en cuenta), el primero de ellos por sus
personajes o caricaturas y el último, por su
entendimiento del papel que desempeña la
contingencia en los asuntos humanos y por
demostrar cómo lo inesperado acaba
ocurriendo siempre.
— En su forma de elaborar la historia
el estilo es decisivo. Por lo tanto, una
cuestión de estilo. Posee un estilo vigoroso
e irónico, también difícil pero siempre
estimulante. Se le puede considerar único y,
desde luego, un creador de lenguaje, un
maestro de la escritura en inglés. En el
llamado giro historiográfico, que quizás
representa mejor que nadie Hayden White, se
nos puso sobre aviso de la narratividad del
discurso historiográfico o, dicho de otro
modo, de la incapacidad de la historia para
insertarse en un paradigma científico, lo
que no quiere decir que Pompeyo no fuera
derrotado en Farsalia. Bien, hay criterios
de verificación y veracidad que permiten un
fuerte asiento científico, pero ahora me
interesa preguntarle acerca de la
importancia que usted concede al estilo en
la historia y al uso más o menos consciente
en ella de la retórica y la poética.
PL:
Me alegro de que haya mencionado a
Hayden White. Ha formulado usted muchas
preguntas, implícitas o explícitas, pero
creo que lo que más le preocupa es la
cuestión del estilo. La gente suele
preguntar acerca del estilo, generalmente
convencida de que se trata de una opción
añadida a la historia, como el servicio en
un hotel de Francia. Personalmente, no lo
comparto. La historia es, por encima de
todo, comunicación. Tienes que captar la
atención del lector, al que debes intentar
visualizar mientras escribes: ¿se está
quedando dormido? Vuelve a leer lo que has
escrito en voz alta, para ti mismo: ¿tiene
un tono conversacional? (Está comprobado: la
práctica lleva a escribir frases más
largas). F. W. Maitland, jurista e
historiador (otro héroe, contemporáneo de la
obra de Acton) siempre lo hacía.
— Continúo en esta tesitura. Los
patrones o eras historiográficas parecen, a
menudo, una cuestión de estilo, incluso de
tono. Cuando la historia acoge el modelo
figural y escatológico de la Biblia se
transforma el paradigma historiográfico. En
la actualidad «escritores» de historia
buscan modelos poéticos, supuestamente
rechazables, o bien tratan de imitar
estructuras características del cine, el
cómic, etc., para contar la historia.
Algunos de los títulos de capítulos de su
libro The Mozarabic Cardinal (en
colaboración con F. J. Hernández), apuntan a
ese juego buscado de referencias y a una
nueva sensibilidad con el lector de textos
historiográficos. E incluso, su The
Ladies of Zamora (en castellano Las
dueñas de Zamora. Secretos, estupro y
poderes en la Iglesia española del siglo
XIII), que despliega un asunto picante
entre monjas y frailes que acaba teniendo
repercusión internacional, puede ser leído
como una novela, aunque «non-fiction-novel»
(así lo hizo mi padre, por cierto). Aparte
de su inicio, «Un atardecer de hace unos
siete siglos hubo un altercado en la puerta
grande del convento de monjas dominicas de
la ciudad catedralicia de Zamora», podrían
citarse numerosos pasajes, como aquel sobre
el obispo Suero: «No se le puede culpar,
ciertamente, de no haber previsto la saga de
cópula, travestismo y desmadre generalizado
que iba a representarse pronto al otro lado
del río, frente a su residencia episcopal».
Por otro lado, historiadores como Franco
Cardini, han escrito novela histórica
procurando ser fieles a la historia, y hasta
incluyendo notas a pie de página. Los
humanistas, creo, tenían claro que la
historia era una especie de la retórica y la
poética. ¿Qué puede decirnos del papel de la
retórica y el estilo en la configuración de
las vanguardias del modelo historiográfico?
PL:
La historia no es sino retórica
aplicada, la retórica no es sino historia
aplicada. Aparentemente, si bien se plantea
la posibilidad de elegir entre la historia
entendida como narración de relatos o la
historia como resolución de problemas, en
realidad, no son actividades alternativas,
sino prácticas complementarias, ya que la
una sirve a la otra. (Por supuesto, también
podemos encontrar la función planteada por
Alfonso X: aportar material para respaldar
los esfuerzos militares.) Por cierto, el
ampuloso título Secretos, estupro y
poderes en la Iglesia española del siglo
XIII no fue idea mía. El editor de la
traducción francesa añadió ese subtitulo y
no fui capaz de quitarlo de la obra en
español.
— Es inevitable, por lo visto, que la
historia acabe teñida de ideología, podría
decir Terry Eagleton (desconozco por qué la
palabra «ideología» ha pasado para algunos
de moda). Entre un pequeño grupo de
especialistas es célebre la coincidencia de
dos estudios, totalmente independientes,
sobre historiografía medieval española. Me
refiero a su History and the Historians
of Mediaeval Spain y el libro de Georges
Martin, Les Juges de Castile, ambas
aparecidas en 1993. Ustedes llegan a
conclusiones similares desde usos
historiográficos y métodos, podría decirse,
radicalmente distintos. El suyo es un libro
científico en la mejor tradición de un Bacon,
Locke o Hume, en el que el estudio de la
historia eclesiástica y el trabajo de
archivo tienen un peso enorme a la hora de
describir lo que llamamos la «invención de
la historia» (o de la tradición). El libro
de Martin defiende un planteamiento más
teórico y exegético, y emplea fórmulas
semióticas para plantear y desenredar el
problema del uso de las «idéologies» en la
composición de la historia. Dado que se
puede llegar a conclusiones semejantes,
¿hasta qué punto el método condiciona la
tarea del historiador?
PL:
Muy buena pregunta, pero no sé cuál
es la respuesta. Sin embargo, yo mismo he
comentado en otra parte los paralelismos
entre las obras de Linehan y Martin2.
Hoy en día es tanta la preocupación por las
influencias, que se tiende a negar la
posibilidad de que alguien produzca algún
pensamiento original, sin préstamos.
— Se diría que el espacio vital
influye de forma decisiva en la escritura de
la historia. Aunque generosamente cumple con
algunos compromisos, evita en lo posible la
plaga, a veces necesaria, de los congresos.
Usted, que aprecia el silencio, ejerce su
profesión en una ciudad tranquila y hasta
pastoril (o pastoral) como Cambridge. Su
propia casa es un ejemplo de quietud. En una
ocasión, bromeando, le expuse la disparatada
teoría de que en Inglaterra se escribía la
historia en casa y delante de la chimenea,
con la expresión reconcentrada del retrato
de Tomás Moro por Holbein o el de aquella
película de Zinnemann, y en Francia tomando
café y rodeado de gente que discute
acaloradamente. Desde luego es una
descripción satírica y no real, pero no
parecía estar del todo en desacuerdo. En
fin, Braudel dedicó su vida de historiador a
mostrar el peso de la geografía en la
historia. Como conocedor de los distintos
modos de hacer de la historiografía
occidental, ¿qué función le atribuye al
intercambio científico tal y como hoy se
propone y qué alternativas considera que
podrían ser fructíferas?
PL:
Creo que hay mucho que decir sobre…
la lectura. Sobre todo cuando se está en el
jardín, con buen tiempo, al igual que en la
hermosa evocación que escribía el poeta
Keats en una de sus cartas, la 146: «… adoro
el buen tiempo como la mayor bendición que
puedo disfrutar. Dame libros, fruta, vino
francés y buen tiempo y algo de música al
aire libre, interpretada por alguien a quien
no conozco». O si no, en invierno, con los
pies en el brasero, como Macaulay.
Sin embargo, la mayor parte de lo que
escribo sobre Historia se produce en mi
Colegio de la Universidad, donde ejerzo como
decano, por lo que las tareas propias de mi
cargo interfieren continuamente. De nuevo se
ve la mezcla de Historia como narración de
relatos y como solución de problemas, en la
que mientras los estudiantes hacen una, yo
me encargo de la otra: un ejemplo de cómo la
vida imita al arte, si quiere verlo así.
Además, ahí aparecen los fantasmas de la
Universidad para reforzar el contexto
histórico. No es una casualidad que apenas
se oiga hablar de los fantasmas de los
congresos, pero el espacio vital,
¡madre mía!
— Vuelvo a la carga con pequeñas
historias sobre la forma de hacer historia
en Francia e Inglaterra. Georges nacionales
propios del siglo XIX. No vamos a conseguir
nada bueno a través de tal falsificación
mitopoética de nuestra historia («De
Carlomagno al euro») y no va a funcionar de
ninguna manera. El concepto de nación fue
brillantemente analizado por el historiador
Ernest Renan como una comunidad de memoria
compartida y olvido compartido; pero lo que
una nación quiere olvidar, otra quiere
recordarlo. Cuantas más naciones hay en la
Unión Europea, más diversa es la familia de
memorias nacionales y más difícil es
construir mitos compartidos sobre un pasado
común.
¡Y es tal la dificultad de combinar
esa diversidad que debemos deshacernos de la
historia nacional!
Según esta propuesta» (de nuevo en
palabras del profesor Garton Ash) «La única
«otredad» que define a Europa es su propia
identidad pasada, más aún, los capítulos
desoladores, autodestructivos y, a veces,
absolutamente bárbaros en la historia de la
civilización europea. Además, con las
guerras que asolaron Yugoslavia y el intento
de genocidio en Kosovo, esta triste historia
se extiende hasta el último año del siglo
pasado. Y eso no es un pasado lejano. Aunque
el conocimiento y la conciencia histórica
desempeñan un papel fundamental en este
caso, debe ser una historia honesta, que
muestre todos los capítulos oscuros y no una
mitohistoria.
«Todos los capítulos oscuros» —pero
ninguna virtud. Nada de Shakespeare,
Cervantes, Wagner o Garibaldi. Como si en
este mundo feliz no fuera a haber más
guerras ni limpiezas étnicas, ni fuera a
aumentar la contaminación, porque Garton Ash
puede enumerar «el viaje barato de fin de
semana a Praga» junto con «las cafeterías
Caffé Nero en las principales calles
británicas» como ejemplos de compensación
por la desaparición de la pinta y la libra y
de la gran diversidad que ha traído consigo
la europeización, así como de «la
creencia en la solidaridad entre el norte
rico y el sur pobre —de ahí salen nuestros
generosos presupuestos de ayuda económica
tanto nacionales como comunitarios— y,
atento a esto, «nuestro compromiso para
frenar el calentamiento global».
El ex presidente de Alemania Roman
Herzog prefiere una visión bastante más
positiva del pasado. Hubo cosas buenas. No
obstante, por esa misma razón no deben ser
incluidas en las crónicas:
Si de verdad queremos conseguir la
unión de Europa, para ello debemos unir
nuestras historias. No se pueden tener
varias historias diferentes, en las que cada
nación decida anunciar las grandes
aportaciones que ha hecho.
Esto es un lavado de cerebro, una
negación de la identidad y de la conciencia
nacional, de la que el nacionalismo es,
según la memorable descripción de Isaiah
Berlin, «una inflamación patológica» 5.
Pero, ¿por qué no? ¿Por qué no
recordar «las grandes aportaciones»? ¿Por
qué no recordar ambas? No se puede permitir
la mala conciencia —Vergangenheitsbewaltigung:
la necesidad de superar el pasado— para
llevar a cabo una política. ¿Por qué no se
reconoce que el problema, la causa de las
guerras, de las limpiezas étnicas y de la
contaminación no son las historias
nacionales? Es el pecado original y no
sirven para nada las disculpas vanas.
Ésta, por supuesto, es una visión
agustiniana. El pelagiano, por el contrario,
afirma que «Estados Unidos es un enorme
catalizador de democracia», aunque reconoce
que el país «no es muy democrático»
En relación con la primera parte de
la respuesta, ¿quién se acuerda ahora de que
cuando cayó el muro de Berlín el primer país
del bloque soviético que decidió pasar lo
antes posible a la democracia y la
prosperidad fue Yugoslavia? ¿Y quién
recuerda las palabras del presidente Poos,
de Luxemburgo, en 1991, cuando Yugoslavia
estaba comenzando a desintegrarse: «la hora
de Europa ha llegado»? Y, sin embargo,
¿quién se cobró la paz en Yugoslavia? Los
americanos.
En cuanto a la segunda parte, las
pruebas apuntan a que la democracia sólo
funciona en países pequeños o fríos.
Recuerdo lo suficiente de las lecciones de
Walter Ullman como para apreciar los méritos
relativos de las teorías de gobierno
ascendentes y descendentes.
— Asistimos cada día a una
devaluación o inflación del término y
concepto de Europa porque somos incapaces de
detenernos a pensar con rigor y tranquilidad
en sus raíces y significado. Probablemente
ocurre lo mismo con una palabra tan hermosa
en los discursos como desgastada en las
prácticas, «democracia».
PL:
Democracia es un concepto demasiado
disperso, especialmente el de «democracia
popular» (¿recuerdan la RDA y la Stasi? ¿O
la República Democrática del Congo?) ¿La
razón por la que los escandinavos no son
europeos no es que son verdaderos
demócratas? Cuando llegó el referéndum,
incluso los franceses y neerlandeses
reconocieron tener en cuenta el tamaño de
las cosas. Por no referirnos al amaño
perpetrado ante los ciudadanos de Europa al
presentar una constitución como tratado —¡el
último triunfo del posmodernismo!— y así
evitarles rechazar el ser europeos.
Otra posibilidad es considerar las
atrocidades cometidas en nombre de la
democracia, dentro y fuera del país, por los
predecesores de la UE, la Unión Soviética y
los Estados Unidos. ¿Es rentable o incluso
justificable que los demócratas traten de
imponer la democracia donde quiera que
vayan? ¿Es rentable intentar que el agua
fluya hacia arriba?
Y en nombre de la Historia también.
Con Stalin y otros teóricos demócratas
semejantes, a cuantos más se les encomiende
la custodia de la historia, mejor.
Los atractivos de una provincia
europea sin pintas ni libras son limitados.
Así son también las posibilidades de una
economía dirigista y guiada,
burocrática hasta parecerse a la prusiana en
intensidad, un intento de infraestructura de
ius commune incoada, decidida a
destrozar el carácter de las selecciones
nacionales de fútbol, a regular a gente que
se ha dedicado a la enseñanza durante
décadas y a enviar a stipendarii
cuyos estipendios no han ido a parar, de
acuerdo con las decisiones de las naciones,
a manos de las las instituciones donde hay
libros que hay que leer, sino a aquéllas
cuyos libros han de ser equilibrados.
¡Dejen de acusar a la gente;
digitalicen los archivos! Y enfréntense al
hecho de que todo el que quiere Europa es
por el beneficio que pueda obtener de ella.
Todo el PIB de Escocia no sería suficiente
para cubrir el gasto en seguridad social de
Glasgow.
— Entonces, ¿conviene confiar en los
voluntarismos europeístas en pro de la
constitución de la historia común? Ciertas
corrientes de pensamiento nos invitan al
optimismo, desde san Agustín a Dante
Alighieri o Kant, que propuso con
naturalidad y contra la opinión de algunos
contemporáneos, un gobierno universal. Pero
otros ejemplos de unión forzada (a través de
la guerra u otros mecanismos perversos)
llaman a reflexiones menos optimistas de
Kant en el mismo tratado (Idea de una
historia universal en sentido cosmopolita,
1784): «con una madera tan retorcida
como es el hombre no se puede conseguir nada
completamente derecho». ¿Cómo enderezar
nuestras historias?
PL:
Respecto al apunte del ex presidente
Herzog, un historiador comentaría que ya
hemos oído todo esto antes. Por Historia
Universal escribió Acton en el folleto
de Historia Moderna de Cambridge en
1898 con el que alcanzó la fama mundial
«entiendo lo que es distinto a las historias
combinadas de todos los países, lo que […]
se mueve en una sucesión donde las naciones
son subsidiarias. Su historia se cuenta no
desde su propio punto de vista, sino
subordinada y tomando como referencia una
escala superior, de acuerdo con el tiempo y
el nivel al que contribuyeron al destino
común de la humanidad…». No es necesario que
recuerde lo que ocurrió en agosto de 1914.
En relación a las historias
nacionales de Europa, lo que sugiero es que
no es necesario que se subordinen a la
«escala superior» de Acton ni que se
unifiquen como propone Herzog, sino que
sería mejor que se desarrollaran para servir
a la ciudadanía. Esto se daría de dos
formas.
La primera consiste en una enseñanza
más competente de ambas, tanto las «cosas
buenas» como las «malas», y en una revisión
de esas mismas categorías para, por ejemplo,
eliminar desacuerdos de base sobre quién
contribuyó más a la victoria de Waterloo.
— Esas malas prácticas de la
historia, tan extendidas, son un cáncer
antiguo.
PL:
En cuanto a la enseñanza tan
inadecuada de la Historia a los escolares de
España, en 1925 Andrés Giménez Soler apuntó
que mientras «las clases directoras se
lamentan de que el pueblo español carezca de
ideales y casi no tenga instinto de nación
[…] domina en la enseñanza un grosero
materialismo que repudia cuanto se refiere
al espíritu; dedicase doble tiempo a la
agricultura que a la historia, lengua y
geografía patrias, cuádruple a las
matemáticas», etc. Fue especialmente crítico
con las facultades de Derecho de algunas
universidades por suprimir los cursos
preparatorios de lógica, historia romana,
lengua y literatura españolas y demás: «Para
ellas la ciencia jurídica consiste en
repetir par coeur los códigos y saber
qué articulo es aplicable al caso que el
cliente presenta al abogado»6.
(¡Sin duda se estaban preparando para
trabajar en el Tribunal Europeo!).
En la misma línea, treinta años
antes, el jurista de Cambridge John Westlake,
discutiendo acerca de si deberían incluirse
resúmenes de historia europea en los
currículos de historia arguyó que «no honra
a la Universidad» el hecho de que «una
persona que ha sacado una nota excelente en
una única asignatura de historia pueda hacer
gala de su ignorancia… (sobre) todas las
partes de la Historia salvo en una o dos»7.
Y esto me resulta familiar porque continúa
dándose hoy en día.
El otro deseo que tengo es el de
liberar a la Historia de los peores excesos
de los profesionales académicos y de la
condescendencia de los máximos exponentes
del periodismo. Desde que la Historia dejó
de ser una rama de las belles lettres
—un poco antes de Westlake— y pasó a ser una
disciplina académica, su atractivo se ha
marchitado. Aparecieron demasiadas
publicaciones que resultaron ser repelentes
ejercicios con toda la gracia y el arte de
un catálogo de fontanería. Ahora estamos
siendo testigos de una reacción: el éxito
pasajero de lo que se denomina Historia
Pública, de los dramas televisivos de época
basados en las novelas de Jane Austen.
— ¿Es posible la historia de Europa de la que hablamos?
Supongamos que se puede escribir una
historia de los Estados Unidos de América en
el sentido de que, al fin y al cabo, el
conjunto de los Estados se formó a partir de
una identidad más o menos general y, al
menos, su base para el intercambio de ideas
fue y es una lengua común, el inglés.
Europa, sin embargo, es una entidad
extremamente compleja, a pesar de su secular
tradición común.
PL:
No podría estar más de acuerdo.
— Europa, por lo visto, necesita reinventarse
constantemente. ¿Qué papel jugará el
historiador, si es que va a jugar alguno, en
la fijación de la identidad y la diferencia
en Europa. Un poco de historia-ficción, por
favor.
PL:
George Steiner ha hablado de la idea
de Europa de forma muy atractiva, aunque
también pintoresca. Según él (aunque Adorno,
por ejemplo, no habría estado en absoluto de
acuerdo), el hábito de tomar café y charlar
en Lisboa como en Praga, es paradigmático de
una identidad profunda. Pero, vuelvo a las
historias particulares, parece que los
hábitos historiográficos se empeñan en
ensalzar las diferencias, incluso los
localismos. No me refiero sólo a las
historiografías nacionalistas, por ejemplo
la franquista, con su resurrección
arbitraria del Cid, sino a otros enfoques
con pretensión de racionalidad, desde un
proyecto ilustrado como la «España sagrada»
del padre Flórez, que usted conoce bien, a
un modelo como el francés reciente, muy
empeñado en la idea de la «genèse de l’état
moderne». Cuando uno lee ese género de
razonamientos tiene la impresión de que lo
que en realidad interesa es la historia de
la configuración del ESTADO en Francia, como
prototipo de su propio modelo político, y
que el resto de consideraciones son, en
realidad, secundarias.
— La Monarquía y la Iglesia son, en
buena medida, instituciones medievales.
Algunos historiadores han afirmado que
Europa nace en la Edad Media, y hasta que es
entonces cuando «despierta». ¿Comparte esa
misma opinión? ¿Se conoce el acta de
bautismo o será alguna vez necesario
levantar acta de defunción de esa Europa?
Quizás Europa haya nacido y muerto ya en más
de una ocasión.
PL:
Hoy por hoy a pocos provoca empacho,
al menos en España, o al menos entre los que
elaboran estadísticas, una pregunta tan
íntima como, ¿cree usted en Dios? Digamos
que la esfera de las creencias es privada,
pero la de la política es necesariamente
pública. Así que, ¿por qué nadie, o casi, se
atreve a invocar la pregunta, cree usted en
la democracia? Aunque ahora puede parecer
una herejía, en nuestras guerras mundiales
habría sido, desde luego, legítima, como
preguntarse si cree o no cree uno en Europa.
¿No cree? Lo digo porque se habla de
«democracia» y de «Europa» como si esos
conceptos carecieran de historia, como si la
democracia de Tocqueville o la de Pericles
fueran idénticas a la nuestra. ¿Imaginamos
acaso a un economista de Wall Street
recitando hoy mantras de Adam Smith o
Maynard Keynes?
Cierre
— Ha escrito una monumental biografía
(aunque sea una manera muy pobre de
describir The Mozarabic Cardinal) y
un librito muy interesante sobre un obispo
de Zamora, Suero Pérez. Quizás todo
historiador debiera escribir sus memorias
para enfrentarse, cara a cara, con la
historia de sí mismo. Es típico en una
entrevista preguntar por los proyectos en
que se haya embarcado el entrevistado en la
actualidad y para el futuro. No quisiera
desaprovechar la oportunidad. Pero también
me gustaría que nuestros lectores supieran
algo más. ¿Qué proyectos cree que, a pesar
de su juventud mental, no podrá ya realizar?
Y ¿qué significan las renuncias en la
investigación?
PL:
Sólo mi novela, de la que nunca
hablo.
¿La moraleja de la historia? Aférrese
a las máximas de Kant, esa de «no se hizo
nada más fuerte que el cayado de madera de
la humanidad»; aférrese bien a sus pesetas,
liras y francos franceses y recuerde lo que
aconteció después de Carlomagno.
Sus preguntas han sido más
interesantes que mis respuestas, que es como
debe ser.
NOTAS
1
«Inventing thirteenth-century England:
Stubbs, Tout, Powicke-now what?»,
Thirteenth Century England, V, ed.
P. R. COSS and S. D. LLOYD (Woodbridge, 1995), p. 5 [traducido para esta
edición].
2
«Dates and doubts about D. Lucas»,
Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale,
24 (2001), pp. 216-217.
3
«History in a Changing World the case of
medieval Spain» [1988]: Past and Present
in Medieval Spain (Aldershot, 1992), pág.
6.
[traducido para esta edición].
4
Timothy GARTON ASH, «Europe’s true
stories», Prospect (feb. 2007)
[traducido para esta edición].
5
The Proper Study of Mankind, ed.
H. HART and R. HAUSHEER (London,
1997), p. 587 [traducido para esta edición].
6
Eine Festgabe zum siebzigsten Geburtstag…
Heinrich Finke
(Vorreformationsgeschichtliche
Forschungen. Supplementband; Münster-i.-W.,
1925), p. 186 [traducido para esta edición]. 7 Cit. J. O. MCLACHLAN, «The origin and early development of the Cambridge Historical Tripos», Cambridge Historical Journal, 9 (1947-1949), p. 94 [traducido para esta edición].
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