Año: 2008, Número:7-8 
Comunicación

PETER LINEHAN ON HISTORY AND EUROPE, UNA ENTREVISTA
Juan Miguel Valero
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En vísperas de revisar el texto de esta entrevista leo, impresionado, que se acaba de parir un aborto. La divertida y mordaz periodista Carmen Rigalt escribe en El Mundo que «la entrevista es un género muerto, sobre todo la entrevista escrita, cuyo trabajo de purga y reconstrucción […] convierte la entrevista en un producto bastante manipulado. Técnicamente, en la entrevista escrita hay manipulación, incluso para bien». Quisiera suponer que Carmen Rigalt se refiere con su parabien a procesos como el de la pasteurización de la leche, más que a la manipulación de las ideas o de la sintaxis que, en ocasiones, es lo mismo.

Esta entrevista es una entrevista escrita, no porque no pudiera ser trasunto de otra oral y quién sabe si más desenfadada. No por eso, sino por evitar en lo posible algo que Umberto Eco reconoce en sus charlas con periodistas, luego publicadas, la banalización: «Está llenando páginas de su periódico con una charla del todo irrelevante conmigo». Frases como ésta no siempre hay por qué atribuirlas a una falsa modestia y sí a determinadas presiones editoriales, por ejemplo.

Esta entrevista no se ha pactado ni manipulado. No ha habido acuerdo previo sobre el contenido de las preguntas ni el alcance de las respuestas. Algunas de ellas, en particular las referentes a Europa, han sido contestadas por Peter Linehan en una sola y amplia respuesta. En este caso he eliminado y sustituido las preguntas originales por otras más lacónicas que pespuntean la rica reflexión de Linehan. Alguna otra, referente a la institución monárquica en España y Reino Unido, ha sido soslayada, y nada hay que decir sobre el ejercicio de la libertad de expresión y omisión.

La ocasión de esta entrevista surgió hace más de un año, propiciada por la Redacción de Pliegos de Yuste, en una visita científica de Peter Linehan a Salamanca. El texto de

las preguntas fue escrito y enviado a Cambridge, y contestado al cabo de unas semanas, período tras el cual, en tiempos de ajetreo, ha descansado en el limbo de las ideas.

Aparece ahora con motivo de la esperada publicación de la traducción española de History and the Historians of Medieval Spain, cuidada versión a cargo de Ana Sáez Hidalgo, para la que Ediciones Universidad de Salamanca ha hecho un importante esfuerzo editorial que se justifica por la difusión necesaria en España de una obra imprescindible para la comprensión de un período crucial de la historia europea.

Habría disfrutado con la disposición de una semblanza, quizás un aguafuerte, de Peter Linehan. Probablemente el propio Linehan lo habría considerado impúdico en alguno de los sentidos de extensión de la palabra, así que he amordazado la posibilidad de cualquier indiscreción, complicidad o impertinencia. El lector podrá disfrutar de la persona sin mayores preámbulos que el paladeo de sus ideas y el delicioso banquete que supone su diálogo, ya no con este convidado de piedra, sino con aquellos nombres convocados con los que se establece un intenso, elegante y muy expresivo debate.

[Peter Linehan, nacido en 1943, es miembro y decano de St. John’s College, Cambridge, miembro de la British Academy y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Es autor o editor de una docena de libros, entre los más recientes, The Mozarabic Cardinal: the Life and Times of Gonzalo Pérez Gudiel (2004), junto a F. J. Hernández; Cross, Crescent and Conversion: Studies in Memory of Richard Fletcher (2007), que editó con Simon Barton, o Spain 1157-1300: a Partible Inheritance (Blackwell History of Spain, 2008), así como de un centenar de artículos especializados].

La historia y el oficio de historiador

— Supongo que es preciso comenzar por intentar contestar a aquella pregunta insidiosa del niño de Marc Bloch: ¿para qué sirve la historia? Y, también, ¿cómo llega usted a la historia, por qué consagrarle una vida (aparte del evidente placer que usted obtiene de su estudio)?

PL: ¿Que cuál fue la respuesta de Bloch? «¿Para qué sirves , pequeño?». ¿Para qué sirve un recién nacido? «Todo hombre, por naturaleza, desea saber» como bien dijo alguien una vez. Pongamos como ejemplo el de la historia familiar, que en el Reino Unido se ha convertido en un asunto tremendamente popular (y tremendamente rentable), ahora que los registros públicos se encuentran en internet. En cualquier caso, olvidar no es una opción. Pregúntele si no a cualquier elefante.

No recuerdo ninguna época en la que no se quisiera saber. El deseo de conocer produce un cosquilleo maravilloso. Con todo, las ganas de poner mis pensamientos en orden escribiéndolos aparecieron más tarde.

No voy a perder el tiempo respondiendo a preguntas acerca de la Filosofía de la Historia, no sólo porque usted no me ha formulado ninguna, sino también porque ese tipo de cuestiones me parecen tan irrelevantes como la «Filosofía de la Respiración» o la «Filosofía de Caminar». Sin embargo, estoy de acuerdo con la observación de mi colega Michael Clanchy, según la cual «los historiadores recurren a la generalización y a la historiografía cuando sus investigaciones dejan de ser originales»1.

O incluso antes de haberlas comenzado, me atrevería a añadir. ¿Se da cuenta de la cantidad de consejos que da la gente acerca de cómo se debería escribir la Historia y resulta que ellos mismos han estado tan ocupados aconsejando a los demás que no tienen tiempo de escribir sus propios libros?

— Todos sus lectores, y los que lo son son asiduos, saben que a usted no se le puede encasillar en ninguna escuela, aunque puedan reconocerse en sus libros la atracción por ciertos autores y tradiciones historiográficas. ¿Cuáles, a modo de arqueología mental y de antología, reconocería entre sus influencias o, por mejor decir, afinidades?

PL: Justo enfrente de la oficina en que trabajo se encuentra la antigua Facultad de Teología de la Universidad de Cambridge, donde Lord Acton impartió su lección inaugural como catedrático de Historia Moderna en 1895. Posiblemente, ésta fue la lección inaugural más influyente en la historia de la Historia, y, con certeza, la más fútil, puesto que Acton, al que se tiene por el hombre más erudito de la Europa de su tiempo, nunca fue capaz de preparar nada que fuera a publicarse si no había leído hasta la última palabra relacionada con el tema —y su proyecto más importante fue La Historia de la libertad—. Menciono a Acton porque el final de su trayectoria fue tan estéril que ilustra la necesidad de los historiadores de simplificar, arriesgar, atreverse a cometer errores: Historia longa, vita brevis. La alternativa es la «Actonitis», un doloroso lamento, uno verdaderamente doloroso. Como la poesía o el estreñimiento, la historia debe salir del sistema del historiador.

En cuanto a mis influencias, sin duda alguna debo mucho a mis profesores de Cambridge, entre los que se encuentran los medievalistas Walter Ullmann, Christopher Cheney, Geoffrey Barraclough y Raymond Carr (éste, en Oxford), y a mi tutor Ronald Robinson, historiador de África. De ellos (de unos más que de otros) heredé una actitud escéptica hacia las instituciones y las denominadas escuelas. Más adelante tuvo una gran importancia para mí Stephan Kuttner, historiador de derecho canónico y refugiado de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Sin embargo, probablemente han influido en mí Charles Dickens y Thomas Hardy más que cualquier historiador con carné (ninguno de ellos Hispanista, téngalo en cuenta), el primero de ellos por sus personajes o caricaturas y el último, por su entendimiento del papel que desempeña la contingencia en los asuntos humanos y por demostrar cómo lo inesperado acaba ocurriendo siempre.

— En su forma de elaborar la historia el estilo es decisivo. Por lo tanto, una cuestión de estilo. Posee un estilo vigoroso e irónico, también difícil pero siempre estimulante. Se le puede considerar único y, desde luego, un creador de lenguaje, un maestro de la escritura en inglés. En el llamado giro historiográfico, que quizás representa mejor que nadie Hayden White, se nos puso sobre aviso de la narratividad del discurso historiográfico o, dicho de otro modo, de la incapacidad de la historia para insertarse en un paradigma científico, lo que no quiere decir que Pompeyo no fuera derrotado en Farsalia. Bien, hay criterios de verificación y veracidad que permiten un fuerte asiento científico, pero ahora me interesa preguntarle acerca de la importancia que usted concede al estilo en la historia y al uso más o menos consciente en ella de la retórica y la poética.

PL: Me alegro de que haya mencionado a Hayden White. Ha formulado usted muchas preguntas, implícitas o explícitas, pero creo que lo que más le preocupa es la cuestión del estilo. La gente suele preguntar acerca del estilo, generalmente convencida de que se trata de una opción añadida a la historia, como el servicio en un hotel de Francia. Personalmente, no lo comparto. La historia es, por encima de todo, comunicación. Tienes que captar la atención del lector, al que debes intentar visualizar mientras escribes: ¿se está quedando dormido? Vuelve a leer lo que has escrito en voz alta, para ti mismo: ¿tiene un tono conversacional? (Está comprobado: la práctica lleva a escribir frases más largas). F. W. Maitland, jurista e historiador (otro héroe, contemporáneo de la obra de Acton) siempre lo hacía.

— Continúo en esta tesitura. Los patrones o eras historiográficas parecen, a menudo, una cuestión de estilo, incluso de tono. Cuando la historia acoge el modelo figural y escatológico de la Biblia se transforma el paradigma historiográfico. En la actualidad «escritores» de historia buscan modelos poéticos, supuestamente rechazables, o bien tratan de imitar estructuras características del cine, el cómic, etc., para contar la historia. Algunos de los títulos de capítulos de su libro The Mozarabic Cardinal (en colaboración con F. J. Hernández), apuntan a ese juego buscado de referencias y a una nueva sensibilidad con el lector de textos historiográficos. E incluso, su The Ladies of Zamora (en castellano Las dueñas de Zamora. Secretos, estupro y poderes en la Iglesia española del siglo XIII), que despliega un asunto picante entre monjas y frailes que acaba teniendo repercusión internacional, puede ser leído como una novela, aunque «non-fiction-novel» (así lo hizo mi padre, por cierto). Aparte de su inicio, «Un atardecer de hace unos siete siglos hubo un altercado en la puerta grande del convento de monjas dominicas de la ciudad catedralicia de Zamora», podrían citarse numerosos pasajes, como aquel sobre el obispo Suero: «No se le puede culpar, ciertamente, de no haber previsto la saga de cópula, travestismo y desmadre generalizado que iba a representarse pronto al otro lado del río, frente a su residencia episcopal». Por otro lado, historiadores como Franco Cardini, han escrito novela histórica procurando ser fieles a la historia, y hasta incluyendo notas a pie de página. Los humanistas, creo, tenían claro que la historia era una especie de la retórica y la poética. ¿Qué puede decirnos del papel de la retórica y el estilo en la configuración de las vanguardias del modelo historiográfico?

PL: La historia no es sino retórica aplicada, la retórica no es sino historia aplicada. Aparentemente, si bien se plantea la posibilidad de elegir entre la historia entendida como narración de relatos o la historia como resolución de problemas, en realidad, no son actividades alternativas, sino prácticas complementarias, ya que la una sirve a la otra. (Por supuesto, también podemos encontrar la función planteada por Alfonso X: aportar material para respaldar los esfuerzos militares.) Por cierto, el ampuloso título Secretos, estupro y poderes en la Iglesia española del siglo XIII no fue idea mía. El editor de la traducción francesa añadió ese subtitulo y no fui capaz de quitarlo de la obra en español.

— Es inevitable, por lo visto, que la historia acabe teñida de ideología, podría decir Terry Eagleton (desconozco por qué la palabra «ideología» ha pasado para algunos de moda). Entre un pequeño grupo de especialistas es célebre la coincidencia de dos estudios, totalmente independientes, sobre historiografía medieval española. Me refiero a su History and the Historians of Mediaeval Spain y el libro de Georges Martin, Les Juges de Castile, ambas aparecidas en 1993. Ustedes llegan a conclusiones similares desde usos historiográficos y métodos, podría decirse, radicalmente distintos. El suyo es un libro científico en la mejor tradición de un Bacon, Locke o Hume, en el que el estudio de la historia eclesiástica y el trabajo de archivo tienen un peso enorme a la hora de describir lo que llamamos la «invención de la historia» (o de la tradición). El libro de Martin defiende un planteamiento más teórico y exegético, y emplea fórmulas semióticas para plantear y desenredar el problema del uso de las «idéologies» en la composición de la historia. Dado que se puede llegar a conclusiones semejantes, ¿hasta qué punto el método condiciona la tarea del historiador?

PL: Muy buena pregunta, pero no sé cuál es la respuesta. Sin embargo, yo mismo he comentado en otra parte los paralelismos entre las obras de Linehan y Martin2. Hoy en día es tanta la preocupación por las influencias, que se tiende a negar la posibilidad de que alguien produzca algún pensamiento original, sin préstamos.

— Se diría que el espacio vital influye de forma decisiva en la escritura de la historia. Aunque generosamente cumple con algunos compromisos, evita en lo posible la plaga, a veces necesaria, de los congresos. Usted, que aprecia el silencio, ejerce su profesión en una ciudad tranquila y hasta pastoril (o pastoral) como Cambridge. Su propia casa es un ejemplo de quietud. En una ocasión, bromeando, le expuse la disparatada teoría de que en Inglaterra se escribía la historia en casa y delante de la chimenea, con la expresión reconcentrada del retrato de Tomás Moro por Holbein o el de aquella película de Zinnemann, y en Francia tomando café y rodeado de gente que discute acaloradamente. Desde luego es una descripción satírica y no real, pero no parecía estar del todo en desacuerdo. En fin, Braudel dedicó su vida de historiador a mostrar el peso de la geografía en la historia. Como conocedor de los distintos modos de hacer de la historiografía occidental, ¿qué función le atribuye al intercambio científico tal y como hoy se propone y qué alternativas considera que podrían ser fructíferas?

Juan Miguel Valero

PL: Creo que hay mucho que decir sobre… la lectura. Sobre todo cuando se está en el jardín, con buen tiempo, al igual que en la hermosa evocación que escribía el poeta Keats en una de sus cartas, la 146: «… adoro el buen tiempo como la mayor bendición que puedo disfrutar. Dame libros, fruta, vino francés y buen tiempo y algo de música al aire libre, interpretada por alguien a quien no conozco». O si no, en invierno, con los pies en el brasero, como Macaulay.

Sin embargo, la mayor parte de lo que escribo sobre Historia se produce en mi Colegio de la Universidad, donde ejerzo como decano, por lo que las tareas propias de mi cargo interfieren continuamente. De nuevo se ve la mezcla de Historia como narración de relatos y como solución de problemas, en la que mientras los estudiantes hacen una, yo me encargo de la otra: un ejemplo de cómo la vida imita al arte, si quiere verlo así. Además, ahí aparecen los fantasmas de la Universidad para reforzar el contexto histórico. No es una casualidad que apenas se oiga hablar de los fantasmas de los congresos, pero el espacio vital, ¡madre mía!

— Vuelvo a la carga con pequeñas historias sobre la forma de hacer historia en Francia e Inglaterra. Georges nacionales propios del siglo XIX. No vamos a conseguir nada bueno a través de tal falsificación mitopoética de nuestra historia («De Carlomagno al euro») y no va a funcionar de ninguna manera. El concepto de nación fue brillantemente analizado por el historiador Ernest Renan como una comunidad de memoria compartida y olvido compartido; pero lo que una nación quiere olvidar, otra quiere recordarlo. Cuantas más naciones hay en la Unión Europea, más diversa es la familia de memorias nacionales y más difícil es construir mitos compartidos sobre un pasado común.

¡Y es tal la dificultad de combinar esa diversidad que debemos deshacernos de la historia nacional!

Según esta propuesta» (de nuevo en palabras del profesor Garton Ash) «La única «otredad» que define a Europa es su propia identidad pasada, más aún, los capítulos desoladores, autodestructivos y, a veces, absolutamente bárbaros en la historia de la civilización europea. Además, con las guerras que asolaron Yugoslavia y el intento de genocidio en Kosovo, esta triste historia se extiende hasta el último año del siglo pasado. Y eso no es un pasado lejano. Aunque el conocimiento y la conciencia histórica desempeñan un papel fundamental en este caso, debe ser una historia honesta, que muestre todos los capítulos oscuros y no una mitohistoria.

«Todos los capítulos oscuros» —pero ninguna virtud. Nada de Shakespeare, Cervantes, Wagner o Garibaldi. Como si en este mundo feliz no fuera a haber más guerras ni limpiezas étnicas, ni fuera a aumentar la contaminación, porque Garton Ash puede enumerar «el viaje barato de fin de semana a Praga» junto con «las cafeterías Caffé Nero en las principales calles británicas» como ejemplos de compensación por la desaparición de la pinta y la libra y de la gran diversidad que ha traído consigo la europeización, así como de «la creencia en la solidaridad entre el norte rico y el sur pobre —de ahí salen nuestros generosos presupuestos de ayuda económica tanto nacionales como comunitarios— y, atento a esto, «nuestro compromiso para frenar el calentamiento global».

El ex presidente de Alemania Roman Herzog prefiere una visión bastante más positiva del pasado. Hubo cosas buenas. No obstante, por esa misma razón no deben ser incluidas en las crónicas:

Si de verdad queremos conseguir la unión de Europa, para ello debemos unir nuestras historias. No se pueden tener varias historias diferentes, en las que cada nación decida anunciar las grandes aportaciones que ha hecho.

Esto es un lavado de cerebro, una negación de la identidad y de la conciencia nacional, de la que el nacionalismo es, según la memorable descripción de Isaiah Berlin, «una inflamación patológica» 5.

Pero, ¿por qué no? ¿Por qué no recordar «las grandes aportaciones»? ¿Por qué no recordar ambas? No se puede permitir la mala conciencia —Vergangenheitsbewaltigung: la necesidad de superar el pasado— para llevar a cabo una política. ¿Por qué no se reconoce que el problema, la causa de las guerras, de las limpiezas étnicas y de la contaminación no son las historias nacionales? Es el pecado original y no sirven para nada las disculpas vanas.

Ésta, por supuesto, es una visión agustiniana. El pelagiano, por el contrario, afirma que «Estados Unidos es un enorme catalizador de democracia», aunque reconoce que el país «no es muy democrático»

En relación con la primera parte de la respuesta, ¿quién se acuerda ahora de que cuando cayó el muro de Berlín el primer país del bloque soviético que decidió pasar lo antes posible a la democracia y la prosperidad fue Yugoslavia? ¿Y quién recuerda las palabras del presidente Poos, de Luxemburgo, en 1991, cuando Yugoslavia estaba comenzando a desintegrarse: «la hora de Europa ha llegado»? Y, sin embargo, ¿quién se cobró la paz en Yugoslavia? Los americanos.

En cuanto a la segunda parte, las pruebas apuntan a que la democracia sólo funciona en países pequeños o fríos. Recuerdo lo suficiente de las lecciones de Walter Ullman como para apreciar los méritos relativos de las teorías de gobierno ascendentes y descendentes.

— Asistimos cada día a una devaluación o inflación del término y concepto de Europa porque somos incapaces de detenernos a pensar con rigor y tranquilidad en sus raíces y significado. Probablemente ocurre lo mismo con una palabra tan hermosa en los discursos como desgastada en las prácticas, «democracia».

PL: Democracia es un concepto demasiado disperso, especialmente el de «democracia popular» (¿recuerdan la RDA y la Stasi? ¿O la República Democrática del Congo?) ¿La razón por la que los escandinavos no son europeos no es que son verdaderos demócratas? Cuando llegó el referéndum, incluso los franceses y neerlandeses reconocieron tener en cuenta el tamaño de las cosas. Por no referirnos al amaño perpetrado ante los ciudadanos de Europa al presentar una constitución como tratado —¡el último triunfo del posmodernismo!— y así evitarles rechazar el ser europeos.

Otra posibilidad es considerar las atrocidades cometidas en nombre de la democracia, dentro y fuera del país, por los predecesores de la UE, la Unión Soviética y los Estados Unidos. ¿Es rentable o incluso justificable que los demócratas traten de imponer la democracia donde quiera que vayan? ¿Es rentable intentar que el agua fluya hacia arriba?

Y en nombre de la Historia también. Con Stalin y otros teóricos demócratas semejantes, a cuantos más se les encomiende la custodia de la historia, mejor.

Los atractivos de una provincia europea sin pintas ni libras son limitados. Así son también las posibilidades de una economía dirigista y guiada, burocrática hasta parecerse a la prusiana en intensidad, un intento de infraestructura de ius commune incoada, decidida a destrozar el carácter de las selecciones nacionales de fútbol, a regular a gente que se ha dedicado a la enseñanza durante décadas y a enviar a stipendarii cuyos estipendios no han ido a parar, de acuerdo con las decisiones de las naciones, a manos de las las instituciones donde hay libros que hay que leer, sino a aquéllas cuyos libros han de ser equilibrados.

¡Dejen de acusar a la gente; digitalicen los archivos! Y enfréntense al hecho de que todo el que quiere Europa es por el beneficio que pueda obtener de ella. Todo el PIB de Escocia no sería suficiente para cubrir el gasto en seguridad social de Glasgow.

— Entonces, ¿conviene confiar en los voluntarismos europeístas en pro de la constitución de la historia común? Ciertas corrientes de pensamiento nos invitan al optimismo, desde san Agustín a Dante Alighieri o Kant, que propuso con naturalidad y contra la opinión de algunos contemporáneos, un gobierno universal. Pero otros ejemplos de unión forzada (a través de la guerra u otros mecanismos perversos) llaman a reflexiones menos optimistas de Kant en el mismo tratado (Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, 1784): «con una madera tan retorcida como es el hombre no se puede conseguir nada completamente derecho». ¿Cómo enderezar nuestras historias?

PL: Respecto al apunte del ex presidente Herzog, un historiador comentaría que ya hemos oído todo esto antes. Por Historia Universal escribió Acton en el folleto de Historia Moderna de Cambridge en 1898 con el que alcanzó la fama mundial «entiendo lo que es distinto a las historias combinadas de todos los países, lo que […] se mueve en una sucesión donde las naciones son subsidiarias. Su historia se cuenta no desde su propio punto de vista, sino subordinada y tomando como referencia una escala superior, de acuerdo con el tiempo y el nivel al que contribuyeron al destino común de la humanidad…». No es necesario que recuerde lo que ocurrió en agosto de 1914.

En relación a las historias nacionales de Europa, lo que sugiero es que no es necesario que se subordinen a la «escala superior» de Acton ni que se unifiquen como propone Herzog, sino que sería mejor que se desarrollaran para servir a la ciudadanía. Esto se daría de dos formas.

La primera consiste en una enseñanza más competente de ambas, tanto las «cosas buenas» como las «malas», y en una revisión de esas mismas categorías para, por ejemplo, eliminar desacuerdos de base sobre quién contribuyó más a la victoria de Waterloo.

— Esas malas prácticas de la historia, tan extendidas, son un cáncer antiguo.

PL: En cuanto a la enseñanza tan inadecuada de la Historia a los escolares de España, en 1925 Andrés Giménez Soler apuntó que mientras «las clases directoras se lamentan de que el pueblo español carezca de ideales y casi no tenga instinto de nación […] domina en la enseñanza un grosero materialismo que repudia cuanto se refiere al espíritu; dedicase doble tiempo a la agricultura que a la historia, lengua y geografía patrias, cuádruple a las matemáticas», etc. Fue especialmente crítico con las facultades de Derecho de algunas universidades por suprimir los cursos preparatorios de lógica, historia romana, lengua y literatura españolas y demás: «Para ellas la ciencia jurídica consiste en repetir par coeur los códigos y saber qué articulo es aplicable al caso que el cliente presenta al abogado»6. (¡Sin duda se estaban preparando para trabajar en el Tribunal Europeo!).

En la misma línea, treinta años antes, el jurista de Cambridge John Westlake, discutiendo acerca de si deberían incluirse resúmenes de historia europea en los currículos de historia arguyó que «no honra a la Universidad» el hecho de que «una persona que ha sacado una nota excelente en una única asignatura de historia pueda hacer gala de su ignorancia… (sobre) todas las partes de la Historia salvo en una o dos»7. Y esto me resulta familiar porque continúa dándose hoy en día.

El otro deseo que tengo es el de liberar a la Historia de los peores excesos de los profesionales académicos y de la condescendencia de los máximos exponentes del periodismo. Desde que la Historia dejó de ser una rama de las belles lettres —un poco antes de Westlake— y pasó a ser una disciplina académica, su atractivo se ha marchitado. Aparecieron demasiadas publicaciones que resultaron ser repelentes ejercicios con toda la gracia y el arte de un catálogo de fontanería. Ahora estamos siendo testigos de una reacción: el éxito pasajero de lo que se denomina Historia Pública, de los dramas televisivos de época basados en las novelas de Jane Austen.

— ¿Es posible la historia de Europa de la que hablamos? Supongamos que se puede escribir una historia de los Estados Unidos de América en el sentido de que, al fin y al cabo, el conjunto de los Estados se formó a partir de una identidad más o menos general y, al menos, su base para el intercambio de ideas fue y es una lengua común, el inglés. Europa, sin embargo, es una entidad extremamente compleja, a pesar de su secular tradición común.

PL: No podría estar más de acuerdo.

— Europa, por lo visto, necesita reinventarse constantemente. ¿Qué papel jugará el historiador, si es que va a jugar alguno, en la fijación de la identidad y la diferencia en Europa. Un poco de historia-ficción, por favor.

PL: George Steiner ha hablado de la idea de Europa de forma muy atractiva, aunque también pintoresca. Según él (aunque Adorno, por ejemplo, no habría estado en absoluto de acuerdo), el hábito de tomar café y charlar en Lisboa como en Praga, es paradigmático de una identidad profunda. Pero, vuelvo a las historias particulares, parece que los hábitos historiográficos se empeñan en ensalzar las diferencias, incluso los localismos. No me refiero sólo a las historiografías nacionalistas, por ejemplo la franquista, con su resurrección arbitraria del Cid, sino a otros enfoques con pretensión de racionalidad, desde un proyecto ilustrado como la «España sagrada» del padre Flórez, que usted conoce bien, a un modelo como el francés reciente, muy empeñado en la idea de la «genèse de l’état moderne». Cuando uno lee ese género de razonamientos tiene la impresión de que lo que en realidad interesa es la historia de la configuración del ESTADO en Francia, como prototipo de su propio modelo político, y que el resto de consideraciones son, en realidad, secundarias.

— La Monarquía y la Iglesia son, en buena medida, instituciones medievales. Algunos historiadores han afirmado que Europa nace en la Edad Media, y hasta que es entonces cuando «despierta». ¿Comparte esa misma opinión? ¿Se conoce el acta de bautismo o será alguna vez necesario levantar acta de defunción de esa Europa? Quizás Europa haya nacido y muerto ya en más de una ocasión.

PL: Hoy por hoy a pocos provoca empacho, al menos en España, o al menos entre los que elaboran estadísticas, una pregunta tan íntima como, ¿cree usted en Dios? Digamos que la esfera de las creencias es privada, pero la de la política es necesariamente pública. Así que, ¿por qué nadie, o casi, se atreve a invocar la pregunta, cree usted en la democracia? Aunque ahora puede parecer una herejía, en nuestras guerras mundiales habría sido, desde luego, legítima, como preguntarse si cree o no cree uno en Europa. ¿No cree? Lo digo porque se habla de «democracia» y de «Europa» como si esos conceptos carecieran de historia, como si la democracia de Tocqueville o la de Pericles fueran idénticas a la nuestra. ¿Imaginamos acaso a un economista de Wall Street recitando hoy mantras de Adam Smith o Maynard Keynes?

Cierre

— Ha escrito una monumental biografía (aunque sea una manera muy pobre de describir The Mozarabic Cardinal) y un librito muy interesante sobre un obispo de Zamora, Suero Pérez. Quizás todo historiador debiera escribir sus memorias para enfrentarse, cara a cara, con la historia de sí mismo. Es típico en una entrevista preguntar por los proyectos en que se haya embarcado el entrevistado en la actualidad y para el futuro. No quisiera desaprovechar la oportunidad. Pero también me gustaría que nuestros lectores supieran algo más. ¿Qué proyectos cree que, a pesar de su juventud mental, no podrá ya realizar? Y ¿qué significan las renuncias en la investigación?

PL: Sólo mi novela, de la que nunca hablo.

¿La moraleja de la historia? Aférrese a las máximas de Kant, esa de «no se hizo nada más fuerte que el cayado de madera de la humanidad»; aférrese bien a sus pesetas, liras y francos franceses y recuerde lo que aconteció después de Carlomagno.

Sus preguntas han sido más interesantes que mis respuestas, que es como debe ser.


NOTAS

1 «Inventing thirteenth-century England: Stubbs, Tout, Powicke-now what?», Thirteenth Century England, V, ed. P. R. COSS and S. D. LLOYD (Woodbridge, 1995), p. 5 [traducido para esta edición].

2 «Dates and doubts about D. Lucas», Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale, 24 (2001), pp. 216-217.

3 «History in a Changing World the case of medieval Spain» [1988]: Past and Present in Medieval Spain (Aldershot, 1992), pág. 6. [traducido para esta edición].

4 Timothy GARTON ASH, «Europe’s true stories», Prospect (feb. 2007) [traducido para esta edición].

5 The Proper Study of Mankind, ed. H. HART and R. HAUSHEER (London, 1997), p. 587 [traducido para esta edición].

6 Eine Festgabe zum siebzigsten Geburtstag… Heinrich Finke (Vorreformationsgeschichtliche Forschungen. Supplementband; Münster-i.-W., 1925), p. 186 [traducido para esta edición].

7 Cit. J. O. MCLACHLAN, «The origin and early development of the Cambridge Historical Tripos», Cambridge Historical Journal, 9 (1947-1949), p. 94 [traducido para esta edición].